En medio del camino del Adviento, el Domingo de Gaudete nos invita a detenernos y alegrarnos, porque el Señor está cerca. En esta alegría discreta y profunda, la Virgen María se convierte en nuestra mejor guía.
María vive el Adviento no como una espera impaciente, sino como una espera confiada. Desde el instante de la Anunciación, su corazón se llena de una alegría que no nace de la ausencia de dificultades, sino de la certeza de que Dios cumple sus promesas. Su “sí” abre la puerta para que la salvación entre en el mundo, y su fe transforma la espera en esperanza.
En el Magníficat, María proclama una alegría que brota de saberse mirada y amada por Dios:
“Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.” Esta es la alegría que celebramos en Gaudete: no una emoción pasajera, sino la paz profunda de quien confía plenamente en el Señor, incluso cuando no comprende todo.
María nos enseña que la verdadera alegría cristiana nace del servicio humilde. Ella lleva a Jesús en su seno y, sin guardarlo para sí, corre al encuentro de su prima Isabel. Quien acoge a Cristo no puede quedarse quieto; la alegría auténtica siempre se convierte en entrega.
En este Domingo de Gaudete, miremos a María bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen y aprendamos de ella a esperar con el corazón abierto, a alegrarnos incluso en la incertidumbre, y a preparar un pesebre interior donde Cristo pueda nacer. Con María, la Iglesia canta: el Señor está cerca, y esa cercanía es nuestra mayor alegría.
María, Madre del Carmelo, enséñanos a vivir este Adviento con fe, alegría y amor.
#CristoViene
Paz y Bien.
Fotografía: Aniceto Vadillo.

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